domingo, 25 de octubre de 2009

El árbol de los amigos


Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.

Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, más otras apenas vemos entre un paso y otro.
A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.

Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos.
El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá quienes nos muestran lo que es la vida.

Después vienen los amigos hermanos, con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.

Mas el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino.
A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, del corazón.
Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.
Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado.
Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.

Mas también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.

Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.

El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.

Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.

Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. hoy y siempre...

Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.
Habrá los que se llevaran mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran nada.

Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.

El Gran Engaño del Aterrizaje en la Luna.


¿Alunizaje o alucinaje?















El 20 de julio de 1969, Neil
Armstrong, ante la mirada atónita de mil millones de telespectadores de todo el planeta, plantaba su pie izquierdo en la polvorienta superficie lunar. La luz solar, sin ninguna atmósfera que la atenuase, era muy brillante dando una iluminación perfecta a la escena. Se trataba del comienzo de una nueva era pero también el inicio de una guerra entre la NASA y un grupo no precisamente escaso de lunaescépticos.

Son los que, 33 años después, piensan que todo fue un engaño, un sofisticado montaje destinado a cumplir a cualquier precio la promesa propagandística que, en su momento, realizara el malogrado presidente Kennedy: llegar a nuestro satélite antes de finalizar la década de los sesenta.

Autores polémicos como Bill Kaysing, Ralph René o el cineasta Bart Winfield Sibrel afirman que los desembarcos lunares de las misiones Apolo fueron un fraude. Para ellos -y para un 11% de los norteamericanos según las encuestas realizadas por la NASA- Armstrong pudo dar su «pequeño paso para un hombre», no a medio millón de kilómetros de la Tierra, en las polvorientas llanuras del mar de la Tranquilidad, sino en otras llanuras, no menos polvorientas, que se encuentran a apenas 150 kilómetros de los carteles luminosos de Las Vegas, concretamente en unos estudios cinematográficos construidos en secreto en el desierto de Nevada.

Esta semana salía a la luz que la agencia espacial había decidido encargar (y pagar 15.000 dólares) a James Oberg, ingeniero con gran prestigio como escritor de temática aeroespacial, la redacción de un libro que pusiera fin a la polémica. El padre de la idea, Roger Launius, antiguo director de la oficina de historia de la NASA, afirmaba que el libro no iría dirigido a los conspiranoicos, sino a los maestros, para que impidieran que se siga extendiendo la historia del fraude. Ante las críticas de quienes consideran insólito que a estas alturas la NASA necesite demostrar que el hombre llegó a la Luna, la agencia espacial ha dado marcha atrás.No así James Oberg, que piensa escribir el libro por su cuenta.

Periódicamente la NASA ha tenido que salir al paso de las suspicacias de los norteamericanos que piensan que el alunizaje fue más bien un alucinaje, una alucinación. Las últimas de estas ocasiones fueron el 15 de febrero y 19 de marzo de 2001, cuando la Fox emitió el programa Conspiracy Theory: Did We Land on the Moon? (Teoría de la conspiración: ¿Hemos aterrizado en la Luna?), presentado por Mitch Pileggi, actor de la popular Expediente X. En él se denunciaba una amplia serie de incongruencias en la versión oficial de la conquista de nuestro satélite.

Y es que no nos encontramos ante una leyenda urbana ni sus defensores son los típicos freaks de programa televisivo nocturno. Por el contrario, quienes han investigado este tema aportan argumentos de peso suficiente como para, al menos, abrir el resquicio de una duda razonable.

Ya en los 70 se empezó a especular con que los graves inconvenientes técnicos sufridos en la misión del Apolo I (se incendió en la cuenta regresiva previa al despegue matando a sus tripulantes) habrían sido imposibles de solucionar en solo dos años.

Por otro lado, la situación política y social de EEUU entonces hace perfectamente verosímil que, en caso de que limitaciones tecnológicas no hubieran permitido la llegada a la Luna en la fecha prometida, se escenificara un montaje para evitar el bochorno internacional. No hay que olvidar que la carrera espacial era uno de los más grandes escaparates propagandísticos de la Guerra Fría, un multimillonario spot publicitario de la grandeza y poderío estadounidense.

Hasta aquel momento, los soviéticos tenían una innegable superioridad frente a EEUU en materia de misiones tripuladas: los primeros en poner un satélite artificial en órbita, en llevar a cabo un vuelo tripulado o la primera maniobra de acoplamiento de dos naves espaciales. Llegar a la Luna serviría para disipar las dudas sobre la inferioridad de la tecnología estadounidense de cohetes, la misma que utilizaban los misiles que formaban la columna vertebral del arsenal nuclear de EEUU.

Además, el alunizaje de 1969 se produce en el momento más sangriento de la Guerra de Vietnam y constituía una distracción muy conveniente para los ciudadanos de un país estremecido por los más de 50.000 jóvenes muertos en una contienda cuyas razones y propósito no terminaban de entender.

Fracasar en el intento habría constituido un problema de primer orden al que habría tenido que enfrentarse el presidente Richard Nixon, alias Dick el trapacero. Apelativo que se ganó gracias al escándalo Watergate, que destapó ante la opinión pública su condición de rey indiscutible del encubrimiento, las cintas confidenciales y los trucos sucios. No cuesta demasiado trabajo imaginarse a Nixon respaldando el fraude. Si se trata de aportar pruebas concretas, los escépticos sacan de sus cajones decenas de fotografías oficialmente tomadas por los astronautas en la superficie de nuestro satélite que presentan cierto número de interesantes anomalías. David Percy, prestigioso fotógrafo británico y miembro de la Royal Photographic Society declaraba ante las cámaras de la Fox: «Las fotografías del Apolo fueron falsificadas. Muchas están llenas de inconsistencias ».

SIN ESTRELLAS
La más curiosa de ellas es la que destaca Maria Blyzinky, directora de astronomía del Observatorio de Greenwich (Londres). A falta de una atmósfera que entorpezca el paso de la luz, en la Luna las estrellas deberían ser totalmente visibles. Pues bien, en las imágenes tomadas por los astronautas no aparece una sola estrella. En todas las instantáneas el firmamento presenta un profundo e invariable color negro.

Resulta raro que, dadas las inmejorables condiciones de observación, la gran calidad de la cámara Hasselblad con la que estaban equipados y la sensibilidad de la película utilizada -una Ektachrome de 160 ASA-, a ninguno de los astronautas se le ocurriese hacer una instantánea con un tiempo de exposición suficiente como para recoger ese firmamento único. Tal vez se debiera a que, de todos los elementos susceptibles de falsificación a la hora de construir un decorado que simulase el paisaje lunar, el cielo es precisamente el único imposible de reproducir sin levantar las sospechas de un astrónomo.

Diversos analistas han señalado multitud de fallos en varias imágenes: diferencias imposibles entre fotografías y filmaciones; sombras que en en lugar de ser paralelas a los objetos, como sucedería si la fuente de iluminación fuera el Sol, trazan líneas divergentes, como si el foco de luz estuviera mucho más cercano; encuadres dignos de un fotógrafo profesional y no de un astronauta que lleva la cámara fijada a la altura del pecho de su traje espacial...

Demasiadas incógnitas como para no atreverse a preguntar a los protagonistas de la historia. El pasado 21 de septiembre, el astronauta Edwin Buzz Aldrin, segundo hombre en pisar la Luna, resultó absuelto en los tribunales de un cargo de agresión contra un teórico de la conspiración que le retó de improviso a que jurara ante una Biblia que llevaba a tal efecto que realmente estuvo en la Luna en 1969. El veterano tripulante del Apolo XI, de 72 años de edad, declaró a las autoridades que actuó en legítima defensa cuando golpeó a Bart Winfield Sibrel, de 37 años, a la salida de un hotel de Beverly Hills.

Sibrel es la figura más destacada de la segunda generación de apoloescépticos. Con un dilatado currículo como realizador, que incluye trabajos para la NBC, CNN o Discovery Channel, ha producido reportajes televisivos y un documental en los que expone diversas pruebas y testimonios que ilustrarían el truco lunar. Ahora rueda una nueva película sobre este tema y es precisamente esta producción la causa de su enfrentamiento con Aldrin, que fue filmado por un cámara.

Este incidente hay que enmarcarlo en el código de silencio que rige entre los astronautas del proyecto Apolo. Collins, calla, y Neil Armstrong, presuntamente el primero en pisar la Luna, se niega a conceder entrevistas: «No me hagan ninguna pregunta y yo no les diré ninguna mentira», dijo en una ocasión.

Y frente a ellos, reputados escépticos como Bill Kaysing. Este californiano de pelo cano trabajó como jefe de publicaciones técnicas para la sección de investigación y desarrollo de Rocketdyne, contratista de los motores del proyecto Apolo. Ya entonces empezó a sospechar que el trabajo que se desarrollaba en su empresa poco tenía que ver con la Luna. Tras años de trabajo publicó, pagado de su propio bolsillo, Nunca fuimos a la Luna, el libro donde denuncia los alunizajes falsos, las fotografías retocadas, las presuntas rocas lunares que jamás han salido de la Tierra y los astronautas programados psicológicamente para mantener una impostura tan perfecta que ellos mismos se la creen. Por no hablar de cómo ciertos medios de comunicación fueron partícipes y encubridores de todo ello, empezando por Walter Cronkite, el hombre que narró para los estadounidenses el histórico momento.

MENTIRAS DE LA URSS
Llegados a este punto ya no nos extraña comprobar que la Unión Soviética mintiera reiteradamente sobre su carrera espacial.El 12 de abril de 2001, aniversario de la fecha en que fue enviado el primer hombre al espacio, el diario ruso Pravda sorprendía al mundo con la revelación de que Yuri Gagarin no fue el primero.En 1957, 1958 y 1959 tres pilotos soviéticos murieron en varias tentativas. La guerra propagandística entre ambas superpotencias hizo inviable que los rusos confesaran los trágicos fracasos.

Durante décadas la propaganda soviética vendió la historia de la perrita Laika orbitando alrededor de nuestro planeta durante una semana y siendo fuente de valiosos datos que contribuirían a hacer más seguras las expediciones tripuladas por humanos.Hoy sabemos que Laika falleció apenas siete horas después del despegue, víctima de un ataque al corazón provocado por el pánico.Una muerte muy poco apropiada para el triunfalismo que requería la propaganda de la Guerra Fría, por lo que la verdad fue sutilmente manipulada y no se ha conocido hasta muy recientemente.

¿Recurrieron los norteamericanos a tácticas similares? Es casi seguro que sí. Puede que la NASA, al igual que los soviéticos en su día, desvirtuase la verdad en aras de ocultar las miserias de su programa espacial. Puede que dentro de unos años tengamos la respuesta definitiva a la cuestión de si el hombre fue o no a la Luna en aquella fecha. Una compañía privada, Transorbital, tiene previsto el lanzamiento de un satélite en órbita alrededor de nuestro satélite, equipado con una cámara lo suficientemente potente como para fotografiar los restos de las misiones Apolo sobre la superficie lunar. Tal vez entonces los más suspicaces acepten por fin que los humanos alcanzaron la Luna, para tranquilidad de la NASA.
 

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